jueves, 10 de septiembre de 2015

Una vida y media

UNA VIDA Y MEDIA


Una y otra vez no paraba de girarme para comprobar de nuevo cuanto tiempo había pasado desde que había entrado en la sala, la lentitud con la que avanzaban las finas agujas de ese enorme y lustroso reloj, se estaba convirtiendo en la semilla de mi impaciencia. Algo iba mal, lo veía venir, sabía que no debía ser pesimista, había aprendido durante todo este tiempo que no debía ser catastrofista y los pensamientos negativos tenían que permanecer fuera de mi mente, positivismo. Me había comprometido a hacerlo, por Kyle, pero lo cierto era que no podía evitar estar en constante estado de preocupación desde que se lo llevaron de casa.
Fue todo tan duro. No había estado separado de él durante 15 años, y de repente lo apartaron totalmente de mí. Al principio había sentido rabia, frustración, ira, incluso hacia él. Dicen que es una reacción normal, que es una situación complicada, pero yo aún me siento culpable por la manera en la que lo traté, me duele a mí, tanto como sé que le dolió a él. Tras unos días en shock, empecé a comprender y aceptar la situación, apoyaría a Kyle, de la misma manera que nos habíamos apoyado el uno al otro siempre. No pude, no me fue posible estar todo lo que yo quería a su lado; sentimentalmente habría sido duro, sí, pero habría podido, somos fuertes, el caso fue, que ni siquiera me dejaron intentarlo. Ellos creyeron que sería más conveniente empezar a hacer vidas separadas, por lo que pudiera pasar. Para mi eso fue una condena. Todo en casa me recordaba a él, cada persona con la que me cruzaba me preguntaba por él, sobre todo a partir de que la noticia se expandiera hasta llegar a oídos de toda la ciudad. Con el tiempo aprendí a dejar de contestar con dolor, el dolor solo causa más dolor. Optimismo, esa era la clave, si yo me mostraba fuerte, sin dramatismos y con positivo, todo adquiría algo de luz, la situación parecería ir mejor. Y así lo hice; fue difícil, pero mereció la pena. Merecía la pena dejar de ver miradas piadosas, merecía la pena dejar de sentir esas palmaditas en la espalda, merecía la pena dejar de escuchar esas palabras de consolación que carecían de sentido para mí, merecía la pena cambiar todas las expresiones de tristeza por una sonrisa de superación, merecía la pena que siguiésemos adelante, preparados para lo que pudiera pasar. ¿Que qué era lo que me daba las fuerzas para mantener esa actitud? Verle todos los días. Daba igual lo que tuviera que hacer, el día, la hora, o los obstáculos que se cruzasen en mi camino, todos los días allí estaba yo, deseando que el ascensor que llevaba a la quinta planta quedara libre; pero mis ansias por pasar un rato con él eran tan inmensas que decidí dejar mi característica vaguería en la puerta para subir por las escaleras. Me daba igual, lo único que quería era aprovechar el tiempo, su tiempo. Estando con él las horas pasaban fugaces y siempre acababa llegando tarde a casa. Montones de risas, anécdotas diarias y cualquier cosa usábamos de pretexto para pasarlo bien el rato que podía verle, y no puedo negar que alguna de las nuestras liamos. Me daba tanta alegría verle, le echaba tanto de menos; el nuestro era un vínculo muy especial.

Con el tiempo empezó la inevitable terapia, y todo se volvió más doloroso aún. Kyle ya no tenía la misma cara de ángel, según decía mamá, estaba… apagado… Era lo común, demasiado bien le estaba sentando según los médicos. Mamá estaba destrozada…
A Kyle no le sentaban del todo mal los gorros de lana, pero pasado un tiempo se resignó a llevarlos. Las sonrisas empezaron a apagarse de nuevo, las energías de Kyle iban decayendo, pero yo no pensaba renunciar al optimismo, había hecho de él mi modo de vida estos últimos dos años y sabía que podía usarlo de apoyo y todavía podía reavivar la llama que en los cristalinos ojos de Kyle se estaba debilitando.

La última vez que fui a visitar a Kyle fue hace dos días, estuve atareado preparando la selectividad y aunque me sentó mal, tuve que concentrarme unos días solo en ello, pero hoy quería pasar el día con él. Esta vez mamá me acompañó, quiso pasar ella primero, no la hice contarme el motivo, tan solo la esperé. Pero la espera ya se estaba haciendo insufrible.
Mis ojos celestes recorrían de un lado a otro la estancia: el reloj que ralentizaba el tiempo, los contoneos de las enfermeras, el constante tecleado de un ordenador poco discreto, el llanto enfermizo de un bebé… Todo ello me llevó a un espiral de desesperación. Hasta que la vi.
Ella se acercaba lentamente por el pasillo, cabizbaja, minutos antes me había parecido verla discutir con uno de los doctores de Kyle. Detuvo sus pasos en mitad del pasillo, algo pasaba por su cabeza, incluso a aquella distancia fui capaz de darme cuenta de la lucha interna que se estaba batiendo en la profundidad de su corazón en ese momento. Alzó la vista y clavó sus profundos ojos en los míos, mantuvo esa mirada unos instantes, hasta que no pudo soportarlo más, se derrumbó y vi como se alejaba ocultando su cara tras sus temblorosas manos. Una fría lágrima resbaló hasta mis labios. Ella no podría volver a mirarme a los ojos, no, ella no podría volver a mirarme. Yo ya tan solo sería el retrato andante de su hijo muerto por cáncer. Kyle… mi compañero de vida, de planes futuros, de recuerdos únicos desde aquel día en que dos gemelos traviesos llegaron al mundo con sus gritos atronadores causantes del insomnio de toda la planta del hospital.
Yo no había perdido a un hermano, había perdido la mitad de mi mismo.
Me había preparado para esto, sabía que podría pasar… pero no pude reaccionar, de ninguna forma, era mas duro de lo que pude imaginar. En el fondo siempre había pensado que todo volvería a ser como antes, pero me equivoqué. Algo bloqueando mi pecho cortaba mi respiración, había desvanecido mis esperanzas, había destrozado mi sonrisa, mi positivismo de hormigón.

[Marzo 2014 - Concurso literario]