Una
bruma incesante
perturba
mi alabanza,
devastadora
incertidumbre
como
tremenda ola me alcanza.
Fijo
mis receptores de murano
en
un mar de espuma,
una
poderosa espesura
inunda
esos cristales en vano,
convirtiendo
en amargura
un
recuerdo pagano
cuyo
único y fatídico objetivo
era
el de no ser olvidado.
Esos
luceritos
que
desprendían tanta belleza,
acabarían
siendo cohibidos
por
aquellos mensajes de tal dureza.
Un
momento de alivio,
un
momento de frescura,
hermoso
retrato
de
una realidad en desmesura.
Mejor
aún de lo imaginado,
alcanzando
el deseo
de
un paraíso incierto,
esperas
ansioso
haber
hallado el secreto de la perfección
en
un momento milagroso,
de
riqueza absoluta,
sin
matiz avaricioso.
Entonces
empieza,
ese
vacío en las profundidades,
la
sensación de que falta alguna pieza,
pérdida
entre tus especialidades.
Todo
lo conseguido
pierde
su fortaleza de diamante,
se
vuelve fruto marchito
y
se desprende del talante.
Cualquier
destello fugaz
que
habitaba mi propia ladera,
ahora
no es más
que
una despreciable chimenea;
de
la que brotan,
una
tras otra,
las
vergüenzas de mi tierra,
aumentando
sin demora
las
malas hierbas de mi cosecha.
Una
tremenda desesperación
invade
mi débil ser.
Cobarde
corazón
al
que le han quitado la sed
de
hacerse con la razón
y
demostrar su valor.
Una
voz destrozó su fragante escudo,
provocó
una grieta visceral
que
dio paso al fuego oscuro;
en
mi sueño carnal,
en
mi mundo,
un
hermoso lugar
que
una vez fue lo que no pudo.
“Te
quiero”
Un
susurro que acaricia mi piel,
un
beso turgente de miel;
vuelve
y tortura
con
eso que podría
pero
que ya no cura.
“Lo
siento”
Un
aliento certero
que
hace brotar mi calor,
evitando
borrar el recuerdo.
Un
sentimiento de presa,
impotente
y atrapado,
por
esa última mueca
cuyo
poder no es escaso.
[Marzo 2015 - Concurso literario]
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