domingo, 19 de abril de 2015

Recuerdos de Fuego

Recuerdos de fuego

Desperté en aquella habitación, en la fría camilla frente a la ventana, sin saber cómo había llegado hasta allí. Sola, débil y aterrada al darme cuenta de que por mucho que mi cerebro mandara órdenes a mi cuerpo, éste no cedía a responder ante ellas. Era como estar atrapada en una pesadilla realmente convincente. Después de escudriñar con la mirada todo mi alrededor descubrí que no era lo único extraño respecto a mi cuerpo, de repente empecé a notar un insoportable picor recorriendo e irritando toda mi piel, no podía rascarme, pero tampoco habría servido de nada, ya que estaba totalmente cubierta de vendas sobre las cuales oscura sangre había dejado su inconfundible huella. Mi respiración se aceleró más y más, miles de imágenes desfilaban por mi cabeza, no podía gritar, ni huir, el aire se me agotaba, esa horrible sensación: algo forzaba mi piel, exigiéndola extenderse para aumentar su superficie hasta ser tan pesada la presión que era capaz de imaginar cómo explotaría de un momento a otro. Un pitido agudo inundó la sala, mi vista se nubló, tan extremo era ya el dolor que dejé de sentirlo. Una dulce y familiar voz, pidiendo entre llantos la ayuda de un doctor, fue la última señal de realidad que pude percibir antes de caer en un profundo y negro agujero de destellantes recuerdos… Perdí la consciencia.

Recuerdos, ¿qué son realmente? Realidades inexistentes, imágenes que están ahí pero las buscas y desaparecen, ¿quién puede decirte con certeza qué es recuerdo y qué invención? Sólo quien comparte tus mismos recuerdos, esas personas que consiguen ocupar un pedacito de ti, en tu cabeza y en tu corazón.

Recuerdo el día de mi llegada al CIAP, el cambio sería indudablemente evidente en ese “colegio”, pero después de todo por lo que había pasado, era lo mejor que podía hacer, nunca llegué a estar tan entusiasmada por comenzar algo como lo estaba aquel día, sabía que ese era mi destino.
Ya instalada comencé pronto a dar clase y ayudar a mis queridos niños. Julio, me facilitó mucho las cosas, me mostró el funcionamiento de todo el centro, y lo que es más importante, el altísimo nivel de humanismo, empatía, altruismo y bondad posibles en una persona, me devolvió la confianza en los hombres.
Era un trabajo duro y difícil, sobre todo al principio, esos niños necesitaban mucha ayuda, y quién mejor que alguien como yo para proporcionársela. Muchos aún estaban asustados, faltos de confianza, necesitados de cariño, e incluso agresivos; algo completamente razonable. Pero yo sabía que podría sacarles la ternura con la que todos los niños cuentan y la sonrisa que nadie debería haberles quitado.

Cada día mejoraba mi trato con ellos, avanzamos todos juntos, como una gran familia, los niños volvían a serlo y el centro se consolidaba con cada avance. Pero el vínculo que creé con Uli y Nar era realmente especial; dos mellizos unidos por el mismo trauma, pero también la misma inocencia y fortaleza, admirables. Congeniamos desde el primer momento. Sigo sin saber la causa, el destino es caprichoso. ¿Sería una señal? No necesitaba respuesta, nos queríamos y nunca les abandonaría, sería su protectora, lo tenía claro.
El problema es, que la mala suerte siempre busca acceso hacia donde abunda la paz, y lo encontró.
Aquella noche dormía cerca de los niños, rendida ante sus incesantes “¡porfapliss!”. Y a media noche… ¡Fuego! ¡Socorro! Todo eran llamas al abrir los ojos, desorientada se apoderó de mí el pánico, pero sabía lo que debía hacer, los niños me necesitaban, no podía dejarme llevar por el miedo. Di la alarma, busqué cualquier salida posible, aparentemente nulas, las vigas se quemaban y caían, ocultando toda escapatoria. Al fin hallé un resquicio de salida por el que conduje a los niños hasta el exterior; para mí alivio, mis compañeros habían hecho lo mismo. Yo insistí en entrar de nuevo, no permitiría que una sola persona quedase dentro, no pretendía ser una heroína, pero no habíamos llegado tan lejos como para dejar que el recuerdo del fuego marcara montones de corazones y mis compañeros me apoyaron. Rescatamos a más niños. La estructura del edificio no aguantaría mucho más. Seguía pendiente de que nadie quedase atrapado entre las garras del poderoso fuego, todo empezó a derrumbarse y pudieron salir todos a tiempo, pero mi suerte fue otra. El fuego ya estaba sobre mí, la temperatura subía, la cantidad de oxígeno en el aire bajaba, y mi piel se resquebrajaba hasta despegarse de mi cuerpo; lo siguiente en mi memoria, el pesado techo del cuarto piso sobre mí. No llegué a ver si quiera un sólo bombero.

Demasiada luz de golpe, ¿sería el paraíso? Sí, definitivamente lo era, allí estaban mis mellicitos sanos y salvos con sus hermosos rostros intactos, y mi amado Julio cogiéndome la mano. ¿Yo? Solo una costra inútil, incapaz de realizar cualquier movimiento, pero millones de sentimientos invadían mi interior.

¿Derrotada? Para mí eso era una gran victoria, había superado y escapado de una infancia llena de violencia, maltrato y traumas imborrables, con algunas cicatrices, pero sin dejarme vencer; después de todo rehice mi vida con un hombre maravilloso, cooperé el resto de mis días en el prometedor primer Centro Infantil de Ayuda Psicológica, donde fui madre de cientos de niños y serví de gran ayuda, engendré en mi corazón a aquellos mellizos por cuyas mejillas rojizas resbalaban lágrimas y junto con mis ahora grandes amigos y compañeros impedí que el horrible accidente provocará más de una pérdida.

Definitivamente encontré lo que buscaba, lo que todos buscamos y esperamos de la vida por encima de todo, la felicidad.


[Marzo 2013- Concurso literario]


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