lunes, 24 de noviembre de 2014

La Isla de los Sueños Cumplidos

LA ISLA DE LOS SUEÑOS CUMPLIDOS
                                                                                                                
En una gran ciudad en el centro del continente, nacieron dos siameses tras grandes complicaciones en el parto, la madre no fue capaz de sobrevivir a tal esfuerzo, los siameses fueron separados para sobrevivir, fue una operación peligrosa pero su única esperanza, después de horas y horas en el quirófano con sumo cuidado y precisión lograron separarles y regular sus constantes vitales, aun así tuvieron que quedarse un par de días en el hospital hasta que se confirmara del todo que estaban bien.

El padre de los siameses había abandonado a su madre en cuanto supo de su embarazo, y no tenían más familia, pero la madre tenía una amiga que era para ella como su hermana y había estado siempre apoyándola, se llamaba Mónica, era una chica solitaria pero responsable. Mónica había estado presente en el fallecimiento de su querida amiga y el parto de los siameses y los había estado cuidando, finalmente arreglaron el papeleo y los siameses se quedaron con Mónica. Mónica decidió que debían abandonar aquella ciudad que tantos recuerdos la traían.

A Mónica le pareció un lugar perfecto para criar a unos niños alejados de catástrofes y desilusiones, una casa en un pequeño pueblo cerca de la orilla en el que de pequeña siempre lo pasaba bien. Rápido se puso en camino, ya no estaba sola, perdió a una gran amiga pero tenía junto a ella dos nuevas vidas a las que educar y proteger, tenía algo por lo que merecía la pena vivir. Los siameses crecieron sanos, fuertes y felices en aquel lugar a las afueras del continente y desconocido para la mayoría de la gente.

Diez años mas tarde, en un caluroso día de verano los niños estaban jugando y paseando por la playa mientras Mónica (la que ahora para ellos era como su madre, aunque nunca les ocultó la verdad a los niños) les preparaba la comida, ni Mónica ni los niños habían sido nunca tan felices.

A los niños les fascinaban las conchas tan bonitas que había en aquella playa, tenían variedad de colores, formas y tamaños, los niños se imaginaban a qué podía parecerse las conchas (al igual que hacían con las nubes) y se ponían a jugar con ellas. Además estos dos niños eran muy especiales, eran muy inteligentes para su edad, casi siempre estaban de acuerdo, se ayudaban mutuamente, siempre tenían los mismos objetivos y ambiciones, nunca se separaban, uno no se movía sin el otro, tenían una compenetración absoluta, a veces casi parecía que se pudieran leer la mente…
Cuando el estofado tan rico y característico de Mónica ya estaba prácticamente acabado, los niños se habían alejado mucho de la casa y todavía quedaba mucha playa, de repente uno de los niños soltó un chillido agudo, se había clavado algo en el pie pero rápidamente se lo sacó sin hacerle daño su hermano.

Tras sacarlo, el niño herido se apoyó en su hermano, siguieron el rastro de unos pedacitos pequeños y afilados de concha como el que se había clavado el niño, y detrás de una roca se encontraron sorprendidos una concha muy rara, nunca habían visto nada parecido, era una concha muy grande, tanto como sus cabezas, estaba deformada y rota, era de varios colores, demasiado llamativos para ser una concha, y estaba enroscada, pero no lo suficiente para ser una caracola.
Los niños guiados por la curiosidad la cogieron, y vieron que tenía algo en su interior, ¡era una carta!, estaba escrita en vez de en un folio en una hoja enorme y de procedencia desconocida, tenía un tacto muy peculiar y era muy resistente, la carta decía lo siguiente:
Querido compañero que has encontrado esta carta, no sé a donde habrá llegado mi concharola, pero es importante que esta carta sea leída, se tome en serio y se nos venga a ayudar.
Mis digamos “vecinos” y yo vivimos en una isla alejada de todo, de la que nadie sabe ni se ha escrito jamás, hemos estado manteniendo este secreto muchos siglos y hemos sobrevivido por nuestra cuenta, y con mucha ayuda de las cosas tan mágicas y maravillosas que hay aquí, pero la paz no dura eternamente. Lo más cerca de esta isla que hay es un pequeño pueblo costero, del que yo era el vigilante y habitante del faro, partiendo desde este faro solo hay que coger un bote y navegar hacia delante hasta que veas el sitio donde todo es posible, un sitio en el que los sueños y fantasías no hacen falta, porque allí son la realidad, o por lo menos así era hasta hace poco.
Por esto ruego y pongo en manos del que reciba esto el destino de “La isla de los sueños cumplidos”.

Los niños estaban absortos en la lectura de tan interesante carta, parecía que había salido de los labios de “su madre” como cuando les contaba historias fantasiosas por las noches.

Su madre ya hacía un rato que les estaba esperando y buscando, así que los niños para no preocuparla fueron corriendo a su casa y mas tarde decidirían que hacer, pero por la manera en que se miraban diría que ellos ya sabían exactamente lo que hacer.

A la mañana siguiente, los niños cogieron provisiones y se hicieron con un bote, y se fueron a la playa con la excusa de irse a ver el amanecer al principio de la playa, Mónica les dio un gran beso a los dos y les dijo que volvieran lo más pronto que pudieran y que tuvieran mucho cuidado. Vio como se alejaban corriendo por la playa con su pequeño bote, claro que se dio cuenta de todo lo que habían cogido y de que no iban a ver el amanecer, pero Mónica siempre supo que estos niños eran especiales y habían nacido para hacer grandes cosas, y ella no sería quien se lo impidiese.

Los niños prepararon el bote y emprendieron su viaje hacia La isla de los sueños cumplidos. El viaje fue largo y movido, pero no tardaron mucho ni les costó mucho navegar hasta allí, era como si alguien o algo les estuviera haciendo todo más fácil.

La isla no se parecía a nada que pudieran haber visto antes, tenía una flora preciosa, peculiar y abundante, y estaba habitada por un montón de animales cuya existencia no era conocida, los animales convivían pacíficamente en el bosque, ninguno se comía a ninguno, todos comían un extraño alimento que relucía como una estrella en la noche, era un lugar fresco donde se respiraba paz, amor y tranquilidad, pero corrompidos, los  dos hermanos empezaron a notar que algo o alguien les estaba observando y entonces ¡un ser se abalanzó sobre ellos! No hacía más que decirles cosas en una extraña y desconocida lengua, aparentemente era un hombre con una túnica gris, de pronto el hombre se levantó y se quedó callado. Hasta que dijo:
-  ¿Vosotros no sois los niños que vivís en  la casa de la playa con Mónica? ¿Sois vosotros?
-  Sí, es nuestra madre- Respondieron.
-  ¿Y qué hacéis vosotros aquí? ¿Ha venido vuestra madre? ¿Cómo habéis encontrado este sitio?
-  Venimos a ayudaros, encontramos la concharola, nuestra madre no sabe nada, no creas que somos demasiado pequeños para ayudarte, nuestra madre dice que somos especiales, si hay algo que se pueda hacer lo haremos- Contestaron al mismo tiempo.

Entonces los tres se introdujeron en el bosque y el hombre les fue contando lo que pasó: él era el hombre del faro y un día salió a navegar y se perdió, navegó lo mas rápido que pudo hasta la primera tierra firme que vio, y así fue como encontró La isla de los sueños cumplidos, también explicó que todo era maravilloso, que era como si la isla pudiera leerles la mente y concederles lo que quisieran, los seres que habitaban esa isla eran los Suéplidos, seres sinceros, bondadosos y con buenas intenciones, nunca hicieron nada malo, y como todos los seres de la isla se alimentaban de Grodina (aquel alimento brillante, que contenía todas las proteínas y vitaminas necesarias para todos los seres y podía tener cualquier sabor), eran seres altos, semitransparentes y semisólidos se les veía la cara como a los humanos, y en el cuerpo parecía que llevaban una túnica gris, pero es que eran así. El problema era que hacía unos meses un gran número de piratas llegaron a la isla, destrozaron lo que pudieron, esclavizaron a muchos Suéplidos, buscaron tesoros y explotarían ese lugar hasta haberle sacado el máximo provecho y ni siquiera la magia de esta isla podría impedirlo, por eso pidió ayuda, pensaron que la magia de la isla podría ayudarles, pero se dice que para controlar al cien por cien la magia de la isla deben comer como mínimo dos personas grodina en el mismo momento, pero tienen que ser capaces de concentrar sus pensamientos y ordenar y decidir a la vez y de la misma manera lo que se quiere hacer con la magia. Los gemelos al oír esas palabras supieron que ellos podrían salvar la isla y pusieron en marcha su plan.

A una hora determinada salió del cielo un reflejo de colores similar a un arco iris pero parecía vivo, los niños metieron la mano en él y sacaron dos piezas de grodina y antes de que el reflejo desapareciera se lo comieron, estaban tan sincronizados que masticaban al mismo tiempo y cuando por fin tragaron se cogieron de las manos, cerraron los ojos y se concentraron, de pronto todos aquellos piratas de los que se escondían corrieron hacia ellos, pero no para atacarles, sino huyendo de algo, toda la isla y todo el bosque se reveló, los animales pacíficos les atacaron y persiguieron, se formaron tornados en el aire que les impedía huir y la flora tan bella además fue práctica por fin y les detuvo y arrojó al mar, los piratas se fueron sin mirar atrás y nunca volverían.

Después de esto, todo volvió a ser tan bonito como debía, el gran árbol familiar en el que vivían los Suéplidos volvió a tener su mágico brillo, todos los destrozos que causaron los piratas, desaparecieron sin dejar rastro, como si nunca hubiera pasado y lo mismo pasó en la mente de los piratas. Ya se podían volver a oír las enormes cascadas que se abrían camino entre los sauces, los pequeños riachuelos que recorrían y acariciaban la isla con sus aguas, los felices animales en los extensos campos de flores, el viento peinando suavemente los árboles y la tranquilidad y la magia que tanto se había añorado durante aquellos meses.

Todo el mundo les agradeció a los niños lo que habían hecho por ellos y como recuerdo se llevaron un par de concharolas y alguna grodina, juraron guardar el secreto y se volvieron a casa.

Cuando llegaron a su casa le contaron todo a su madre y pidieron perdón por desaparecer, Mónica orgullosa de sus hijos les abrazó y les contó una de sus historias para dormir.


Aunque dudo que las historias que Mónica contaba fueran a superar todas las aventuras que habían vivido y las que les quedaba por vivir. 


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